España Erecciones: Carta del antropoide Prometeus Belcebú, alias Polifemo, a los humanos


Veo nubarrones. Extraños presagios pueblan mi atormentado cerebro, plagado de neuronas, muchas de ellas en estado catatónico. Antes creía en las erecciones, incluidas las matutinas. Ahora me he vuelto escéptico. Las monas son agresivas, ya no nos dan masajes y algunas, colectivo que crece exponencialmente, nos lanzan mordiscos.

Mis diálogos con Simius se me antojan vacíos. En sus templos trepan innúmeros macacos con movimientos epilépticos. Se nota que jamás practicaron la posición del loto ni la respiración profunda.

Por qué dijo el Altísimo, cuando descendió sobre la cima de un árbol gigante que rozaba el cielo del Everest, que «todas las religiones son verdaderas para el pueblo, útiles para los gobernantes y falsas para los filósofos so pena de castigo eterno en una cazuela de aceite hirviendo».

Simius nos exigió también, con la mayor caradura del mundo, que sólo le adorásemos a él. Y para colofón, nos prometió golosinas los días festivos que, cuando las cosas se ponen mal, se enlazan con puentes a jardines con estanques dorados y montañas de fruta.

Cada vez hay menos árboles y los ríos están secos. El aire que penetra en mi cueva oscurece la tibia luz con penachos de humo. En las aldeas ha dejado de cantar el gallo Beneventano. La brisa perla con diamantes la manzana prohibida. Ya no hay concursos de belleza. A la puesta de la Luna se apagan, lentamente, las luciérganas.

¿Quién tendrá la llave de mi prisión, donde el alma aúlla como una jauría de dálmatas dañadas?

¡Oh Simius! Haz que vuelva a creer en las erecciones sin tener que acudir a los champiñones de Bali, Torrelodones y demás regiones.

He empezado a tomar mandrágora. Espero que me haga efecto y se note, como antes, por las mañanas.

¿Por qué se agitan estos días los humanos si nos movemos entre ilusiones, y perseguimos quimeras? ¿Si, al fin y al cabo, somos marionetas del imperativo histórico?

Lo humanos no aprenden y siguen enganchados a la noria de sangre, esa del burro, el palo y la zanahoria. Siguen cargando la roca de Sísifo y, al igual que las ovejas de Panurgo, caminan por senderos abismales dejándose llevar por la serpenteante y melodiosa música de pastoras y pastores que adoran, a escondidas, el diabólico poder del bastón.

Estoy pensando en dar a los humanos varios consejos que mejoren su autoestima, pero quizás me muerda la lengua. Sé que su orgullo les hace sentirse superiores. Los monos nos descojonamos cuando les vemos hinchar el pecho y levantar la cabeza. Y no por su lenguaje gestual, qué va, sino por las huellas que va dejando el bípedo por los amplísimos senderos (casi infinitos) de la estulticia.

Debo reconocer que hoy me he levantado algo perezoso, sin ganas de hacer nada ¿Conocéis ese estado de ánimo?

En un momento de debilidad alcé la vista al Cielo buscando consuelo de Simius y el Creador (así le llaman mis congéneres) me contestó, visiblemente confundido:

¡Qué poco hombre eres!
En ese momento me di cuenta de lo afortunado que era y troné en carcajadas hasta que me quedé ronco, incluso durante el roncar.

Nota: Podéis seguir a Prometeus Belcebú, en Twitter y Facebook